“Las flores más raras” de Eduardo Martín del Pozo, un jardín marchito en Galería F2
Tras una primera exposición individual en 2021, la galería F2 –dirigida por Paloma González y Enrique Tejerizo– concede a Eduardo Martín del Pozo (Madrid, 1974) una segunda exposición en otoño de 2024, apostando arriesgadamente por su nueva obra, un caótico y laxo jardín.
Licenciado en Bellas Artes por la UCM en 1998, el artista madrileño ha presentado diferentes exhibiciones individuales en Madrid, así como en instituciones francesas como la Fondation Le Corbusier, la Maison du Brésil, el Colegio de España y la Cité Internationale des Arts de París. Por otro lado, su participación en exposiciones colectivas le ha llevado a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, al Museo de Santa Cruz, a la Fundación Antonio Pérez, al Museo de Almería y demás. Hemos también de mencionar que Martín del Pozo recibió el Premio Fondo de Adquisición en la 80º Exposición Internacional de Artes Plásticas de Valdepeñas en 2018 y el primer premio en el 16º Concurso de Artes Plásticas y Fotografía de la Cámara de Comercio de España en Francia y del Colegio de España en París en 2014.
Vista de la exposición Las Flores más Raras de Eduardo Martín del Pozo en Galería F2, Madrid, 2024.
Música, tiempo, geometría, naturaleza, cosmos… Podríamos pensar que la diversidad y complejidad de los temas evocados por un artista reflejarían la profundidad conceptual de su obra, pero esto no queda del todo claro con Eduardo Martín del Pozo. En su primera exposición individual en F2, notamos ya un interés por una abstracción geométrica en la que las formas no se construyen con precisión matemática ni minuciosidad práctica. Líneas y ángulos parecían relajarse ignorando toda rigurosidad constructiva, pero lograban crear un dinámico universo en blanco y negro. Algunos consideran incluso que en esta primera muestra se lograba ya percibir una cualidad táctil y sonora de la obra del artista provocada por los “choques” de las formas a modo de placas tectónicas o, de manera más simplista, por el uso del blanco y negro propio de las teclas de un piano.
Pues la musicalidad parece seguir inspirando la creación de Eduardo Martín del Pozo que decide, para su serie Las Flores más Raras, continuar con una concepción sinestésica de la pintura. Carlos Prado, encargado de la redacción del texto explicativo de la exposición, coloca a Eduardo Martín del Pozo como un “heredero” de la “tradición moderna”, refiriéndose a aquellos artistas que “coquetearon con la posibilidad de una ‘pintura musical’, una ‘poesía hecha de imágenes’ y una ‘música descriptiva’”, estableciéndose así como un artista “que quizá ha perdido la ingenuidad, pero que se resiste a que desaparezca la pulsión de este juego”. ¡Qué fuerza de voluntad debe tener el artista para seguir aferrándose hoy en día a esta antigua concepción utópica de la modernidad! Y es que Eduardo Martín del Pozo se compromete con estos sueños tomando como inspiración para su obra el poema, “La Invitación al Viaje” de Charles Baudelaire, figura central de la modernidad artística. En sus versos, el autor de El pintor de la vida moderna celebra la capacidad que tenemos los humanos para inventar paraísos artificiales. Y son estos paraísos que Eduardo intenta transmitir en la serie de obras –la mayoría de gran formato– presentadas para su exposición, adaptando estas visiones románticas a una supuesta estética contemporánea. ¿Cómo lo hace? Una de sus soluciones pretende mezclar la idea de las flores, del jardín y del bosque encantado con un ambiente más cósmico y abstracto marcado por la geometrización de las formas, todo esto inspirándose en música (no muy) contemporánea, como es el caso de la canción “Summer in Siam” de The Pogues –lanzada hace más de treinta años– que da nombre a una de las piezas de la muestra.
Sin embargo, no podemos negar que al entrar a la galería la sensación que uno tiene está lejos de ser la de la llegada a un jardín idílico y paradisíaco. Las extrañas formas (poco) geométricas, las flores que supuestamente se convierten en estrellas –pero que ni parecen flores ni son estrellas– y la conflictiva mezcla de colores nos fuerzan a entrar a un jardín infernal donde las almas en pena se han transformado en pinturas sobre muros blancos que chillan y nos gritan al vernos pasar. Es una lástima que el artista se haya centrado en la rareza de las flores de Baudelaire, y no en estos dos versos que se repiten tres veces en el mismo poema: “Allá, todo es orden y belleza, / Lujo, calma y voluptuosidad”. Pues aquí, todo parece caos y fealdad, escasez, agitación y repudio.
Seamos un poco indulgentes. Quizás la violencia visual a la que nos expone el artista pueda venir de una deliberada búsqueda de una estética de la fealdad, como algunas personas puedan considerar. Eso significaría que el artista toma una serie de elementos visuales y procesos pictóricos cuya conjunción puede dar como resultado una obra que critique la tradicional concepción de la belleza, poniendo en juego la idea del canon. Sin embargo, la obra de Eduardo Martín del Pozo parece seguir el proceso inverso. El pintor busca una cierta libertad en su propio proceso creativo recurriendo a ciertos elementos que dan como resultado esta estética de lo feo. En este caso, dicha estética no sería entonces el fin deliberado de la obra, sino el simple resultado del delirio de libertad del artista. ¿Podemos entonces considerarla realmente como una “estética” cuando esta no es el resultado de una concepción razonada de la obra, sino como un fruto azaroso del capricho del artista?
Vista de la exposición Las Flores más Raras de Eduardo Martín del Pozo en Galería F2, Madrid, 2024.
Al observar las obras de Martín del Pozo notamos una fuerte presencia de la gestualidad del artista. Por un lado, la pincelada es muy visible, y si bien no denota pesadez en su gesto, expresa cierta impulsividad, dejándose llevar por el momento e ignorando salpicones, manchas y goteos que el artista asume y que forman parte del resultado final. Y quizás esos detalles o “errores” son los menos problemáticos, pues, por otro lado, este supuesto proceso liberador en la creación de la obra da como consecuencia una relajación de las formas geométricas que no tienen ningún sentido ni coherencia compositiva. Estas formas sin sentido dialogan con la lasitud de su pincelada y con el uso poco deliberado del color, elementos que podrían ciertamente venir –como defiende el artista– de un proceso creativo libre y hasta lúdico, pero dan como resultado una serie de obras que no logran transmitir la energía de la gestualidad que promete el artista, sino un desmadejamiento de la práctica pictórica y una falta de interés por presentar una obra que parezca, por lo menos, acabada.
Muy interesantes algunos de tus planteamientos, José. Parece haber en la obra de Martín del Pozo una cierta pulsión o tendencia al surrealismo que subyace consustancialmente a ese "nosequé compositivo" en su obra. En una aparente búsqueda de cercanía estética con el lenguaje de Miró o las "metamorfosis" de Masson, Martín del Pozo parece –desde luego– no terminar de encontrar y perfeccionar el suyo propio. Por no hablar de algunas cuestiones relativas a la presentación de las obras expuestas. Por lo que se puede intuir, se ve que suele desmontar el lienzo del soporte inicialmente (para facilitar su transporte) y luego lo vuelve a montar sobre bastidor. Esto no tiene nada de malo ni extraño, pero en su caso deja a la vista los agujeros de anteriores clavados en los cantos del lienzo de sus obras (lo que no deja de ser un detalle que implica cierta desafección con respecto al acabado de las piezas). Tal vez seamos un tanto tiquismiquis, pero lo menos que se pide a alguien cuya propuesta no es del todo clara es que sea "elegante" con su montaje y exposición. De todos modos, adelante con la experimentación en los grandes formatos y ánimo a quienes se sigan lanzando a explorar la abstracción.
ResponderEliminarDe otro modo, me parece un poco gratuito lo de "música (no muy) contemporánea" refiriéndote a The Pogues. ¡Su cantante, Shane MacGowan, murió con 65 a finales del año pasado y la banda seguía tocando hasta hace no demasiado! No creo que lo contemporáneo deba contemplar únicamente una actualidad dimensionada exclusivamente en el ahora más rotundo. Ello significaría "vivir" una contemporaneidad demasiado pobre... y no creo que debamos estar dispuestos a asumir tanta pérdida.
EliminarSon distintas maneras de entender lo que engloba la contemporaneidad, entiendo que quizás José lo vea como una cualidad de lo "simultáneo", lo que también es una lectura válida. Puede que esa visión tuya tan laxa es la que hace que un chaval en su veintena cometa el anacronismo de considerar contemporáneas las ideas de la Escuela de Nueva York.
EliminarYo no diría que tengo una visión laxa de la contemporaneidad. Ni siquiera tengo claro a qué nos referimos exactamente cuando utilizamos el término “contemporáneo”. Simplemente adopto una postura crítica frente a quienes pretenden definir y, por ello, restringir la contemporaneidad. Por otro lado, ese “chaval” que soy –aunque yo prefiero el sustantivo “muchacho” o su formulación coloquial autóctona “muyayo”– no considera precisamente contemporáneas las ideas de la Escuela de Nueva York. Las creo bastante románticas y un tanto conservadoras o reaccionarias en cierto punto –no por ello debe entenderse esto en sentido negativo–, aunque me resultan enormemente interesantes. Se podría discutir también si lo conservador o lo reaccionario no puede ser también contemporáneo. La concepción del anacronismo también se me hace un tanto extraña en una época caracterizada por el revival y la revisión de ideas y posturas de otras épocas. Hoy la nostalgia parece más potente que nunca. Como digo, simplemente estoy problematizando la cuestión, y el hecho de que discutas conmigo evidencia que es posible el debate a este respecto.
EliminarEstupendo ejercicio de análisis de una propuesta expositiva compleja. Tratas de entenderla, pero al final manifiestas con elegancia tu distancia crítica con la muestra. Ojo a una errata fea: confundes "detona" por denota.
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