Camino a la sensibilidad geométrica con Soledad Sevilla en el Museo Reina Sofía
'Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables', Soledad Sevilla. Comisariada por Isabel Tejeda.
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Edificio Nouvel, Planta 1. Calle de Santa Isabel, 52, Madrid.
Del 25 de septiembre de 2024 al 10 de marzo de 2025.
Las obsesiones siempre han motivado a la creación artística. Repetidamente, de una forma u otra, han estado fraguando muchos de los frutos a los que acostumbramos a mencionar junto con la etiqueta “arte”. Soledad Sevilla (Valencia, 1944) resume esta misma idea de la siguiente manera: “Es una teoría que compartimos muchos artistas, que estamos pintando siempre el mismo cuadro, y, aunque podría parecer que son diferentes etapas unas y otras, es una unidad que se repite”. La artista afirma haber estado pintando un mismo cuadro a lo largo de toda su vida: “una unidad que se repite y que por acumulación se convierte en otra cosa”. Este trabajo obsesivo materializado en su caso a través de la abstracción geométrica –sin olvidar que Soledad Sevilla conforma uno de los casos españoles más destacables de esta vertiente– encuentra en el Museo Reina Sofía, y desde el pasado 25 de septiembre, un espacio en el que desenvolverse y hacerlo, además, retrospectivamente. A la valenciana, tras haber ganado el Premio Velázquez en 2020, se le otorga la volumétrica exposición de toda su larga y reconocida trayectoria: ‘Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables’. Cronológica y circularmente estas diez salas que componen la muestra acogen más de un centenar de obras de la artista, iniciando con algunas de sus piezas más primerizas, fechadas en los setenta, y finalizando con algunas datadas en este año, realizadas con motivo de la muestra.
Vista de la serie Meninas (1982-1983) en la exposición ‘Soledad Sevilla. Ritmos, tramas , variables’ en el Museo Reina Sofía. Fotografía realizada por la autora.
Rigidez y pretenciosidad
La línea es aquello que vertebra el cuadro que Soledad Sevilla dice llevar pintando toda su vida. A través de ritmos, tramas, variables y tantos otros medios, la artista ha ido trabajando esta idea, generando una infinitud de posibilidades pictóricas, escultóricas e instalativas como resultado. Sus inicios, más allá de su formación en la Escuela de Bellas Artes de Sant Jordi, se ven marcados por su vinculación con el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid que, aunque ella pronto se desligaría del trabajo artístico por mediación computacional, le permitiría conocer a uno de sus mayores referentes que la acompañan hasta la actualidad: Eusebio Sempere. De estos años iniciales, podemos mencionar dos de las series que aparecen por primera vez aquí reunidas: Meninas (1982-1983) y Alhambras (1984-1986), ambas con un título bastante transparente respecto a sus fuentes. La primera de ellas, probablemente, nos exija un mayor acto de credulidad que la segunda, pues si no fuese por la afirmación de la artista en torno a su base velazqueña, no hubiésemos podido dar con tal referencia. Bajo la reinterpretación como justificación, la artista explora espacialmente el empleo de la línea por medio de tramas, pues son ligeras alusiones a un punto de fuga las que nos recuerdan a la perspectiva del famoso cuadro. En sus Alhambras, por su parte, la alusión es más sensata. La multitud de columnillas que rodean el Patio de los Leones es recogida por la valenciana a través de esa sensación de bosque, así como por el juego de luces y sombras que generan. Sin embargo, al no haber ninguna exploración del color, la elección de hacer una doble representación de las escenas –dispuestas por parejas–, una diurna y otra nocturna, resulta un tanto ingenua y arbitraria.
Legado que hace leves a los montes y Patio de los leones (diurno) de la serie Alhambras, Soledad Sevilla, 1986. Acrílico sobre lienzo, 220x186cm. Fotografía realizada por la autora.
Uno de los espacios más arriesgados probablemente sea la pequeña sala que, a través de documentación, recoge sus instalaciones. Si bien entendemos que es necesaria en una retrospectiva la alusión a estos trabajos e incluso su exposición –pues la muestra recoge también dos de sus instalaciones: El tiempo vuela (1998) y Donde estaba la línea (2024)–, esta sala genera la sensación de ser meramente transitoria –y es así como lo muestran mayoritariamente sus visitantes–. Tal vez, lo más interesante de comprobar aquí sea la retroalimentación entre pintura e instalación. No sólo su obsesión pictórica por la línea pasa a la instalación, sino que también la instalación le devuelve a la pintura. Esto sucede con su Mayo 1904-1992 (1992) –recogida gracias a la proyección de un vídeo–, donde la imagen desvaneciente causada por la proyección durante el atardecer y sobre las ruinas del antiguo claustro renacentista –hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York– del castillo de Vélez Blanco (Almería), motivó a la creación de obras pictóricas como En ruinas II (1993). Pintura que, a su vez, nos introduce sus siguientes series.
Soledad Sevilla delante de su instalación El tiempo vuela (1998) en el Museo Reina Sofía. Fotografía extraída del archivo fotográfico del Museo Reina Sofía.
En ruinas II, Soledad Sevilla, 1993. Óleo sobre lienzo. Fotografía extraída del archivo fotográfico del Museo Reina Sofía.
Humanización geométrica
La cuestión del montaje que comentábamos con sus series anteriores no es baladí, pues tanto la comisaria –Isabel Tejeda– como la artista han trabajado conjuntamente en estas cuestiones, dada la preferencia de Soledad Sevilla a tratar con series que posibiliten reflexiones más completas, y, también, por el carácter instalativo de las mismas que con frecuencia se comenta. Un buen ejemplo de ello es la sala inspirada en la Capilla de Rothko, en la que se acoge su serie Insomnios (2002-2003). Los grandes formatos, así como los bancos, pretenden aproximarse a dicho carácter escenográfico, e incluso sus paredes oscuras nos trasladan al mundo de la noche. Esta absorbente ambientación, la más atractiva e impactante de la muestra, aborda un tema que nos atañe a tantos como lo es el insomnio, insomnio que Soledad Sevilla afirma haber padecido toda su vida. Sus negros y grises nos trasladan al mundo de la noche, mientras que sus blancos y rojos nos evocan ese contraste que encierra a la propia paradoja nocturna, cuando, pese a la oscuridad que la enmarca, las cosas se ven más claras. Paradoja que la artista nos cuenta, pero que no nos aclara.
Vista de la serie Insomnios (2002-2003) de la exposición ‘Soledad Sevilla. Ritmos, tramas, variables’. Fotografía realizada por la autora.
Estas vegetaciones colgantes adquieren tonos más luminosos en el siguiente espacio, con piezas como el Díptico de Valencia (1996). Éstas, junto con las anteriores, evocan un momento específico de su vida, cuando su salud le impidió seguir expresándose por medio de la abstracción geométrica. Soledad Sevilla afirma que todos los cambios de su obra coinciden curiosamente con cambios en su estado físico, nunca con decisiones conscientes: “Llegó el momento en el que era incapaz de abarcar los grandes formatos, debido a mis condiciones físicas. Fue entonces cuando decidí abordar la tela de forma distinta; por etapas, con pinceladas pequeñas que se repiten hasta que esa unidad desaparece. (...) La naturaleza me impone su ritmo y yo simplemente me adapto”. En Díptico de Valencia encontramos un bonito paralelo con dicha situación, uno de los dos lienzos que lo componen está repleto de vegetación, mientras el otro comienza a ser devorado por ésta, ilustrando esa imposición de la naturaleza y forzosa adaptación de la que nos hablaba la artista.
Díptico de Valencia, Soledad Sevilla, 1996. Óleo sobre tela, 250x360cm. Fotografía de Antonio Puerta López-Cózar.
Aquel tema repetido a lo largo de los siglos y de origen bíblico con la célebre “vanidad de vanidades, todo es vanidad” (Eclesiastés 1:2) conforma el marco de una de las imágenes más repetidas de la exposición. La instalación El tiempo vuela (1998) probablemente haya sido la pieza más criticada, a menudo apelando a su sentido instagrameable, un sentido que pierde coherencia cuando se descubre que su ideación fue previa al fenómeno de las redes sociales, aunque el hecho de que sea la única sala de la muestra donde se permita hacer vídeos –bajo el pretexto del movimiento– cuestionan la posibilidad de un provecho posterior. Más allá de la alusión a la fugacidad del tiempo que, en su caso, dice tomar de Machado, el girar de sus mariposas, acompañadas de un sonido constante, van al compás del sentido circular que toma la muestra y que nos conduce a las últimas de sus piezas. Ahora, bajo la adquisición de la artista en 2022 de un gouache de Sempere –que conforma la única pieza de la muestra que no es de la artista–, sus obras se caracterizan por una mirada a sus preocupaciones plásticas iniciales. El gouache de Sempere, según nos cuenta, generó en Soledad Sevilla una especie de revelación que la llevó a dibujar incansablemente. En series como Horizontes (2022-2023), explora las posibilidades cinéticas del color sobre fondo negro por medio de ese efecto moiré, fruto de la repetición de líneas de color, que tanto caracterizó al alicantino. Tanto en esta como en Horizontes Blancos (2024), a menudo observamos líneas a lápiz, repasadas a mano alzada, sin temor a asumir el temblor azaroso. Un detalle tan natural como marcar el avance del proceso con un “Hoy día 5” en Horizonte blanco horizontal (2024) nos permite comprobar en la propia pieza su desarrollo más manual. No hay pavor por los errores, las pausas y los temblores, tampoco por la desnudez del carbón, pues estas imperfecciones se aceptan y celebran como propias de la sensibilidad humana.
Sin título, Eusebio Sempere, 1965-1969. Gouache sobre papel adquirido por Soledad Sevilla. Fotografía realizada por la autora.
Serie Horizontes, Soledad Sevilla, 2022-2023. Fotografía realizada por la autora.
Horizonte blanco horizontal de la serie Horizontes Blancos (2024), Soledad Sevilla, 2024. Fotografía realizada por la autora.
Detalle de Horizonte blanco horizontal de la serie Horizontes Blancos (2024), Soledad Sevilla, 2024. Fotografía realizada por la autora.
Isabel Tejeda comenta en cuanto a la circularidad de la muestra cómo, al salir de la última de las salas, puedes apreciar, a su vez, la inicial y comprobar esa idea que Soledad Sevilla lleva explorando toda su vida. Desde luego que los ritmos, las tramas y las variables han estado presentes desde la primera hasta la última de sus producciones, bien sean pinturas, esculturas o instalaciones. Pero su tratamiento ha sido, por suerte, cambiante. Si bien, el recorrido que hacemos de esta exploración va mejorando paulatinamente con alguna excepción, y aunque la valenciana se obsesione con esa minuciosidad que aplica sobre todo a sus creaciones pictóricas, encontramos mayor originalidad precisamente cuando acepta trabajar con menor rigurosidad y más libertad. Efectivamente, tras el camino de una fiel retrospectiva que mejora con el pasar de los años nos despedimos con ese guiño al pasado que, pese a que evidentemente actúa como confirmador de aquello que vertebra toda la exposición, esperamos que no nos nuble nuestra costosa, pero buena, última impresión.
Andrea Bednarczyk Tisler.
Madrid, 9 de enero de 2025.
Estilo literario muy forzado. Frases demasiado largas. Numerosas interpolaciones en la oración principal. Es preferible frases cortas: sujeto, verbo y predicado. Sin más. Te he marcado en amarillo las expresiones más chocantes. He añadido en rojo algunas comas al texto.
ResponderEliminarEn cuanto a la valoración de los criterios, resulta también un poco confusa. Hay mucha descripción de las obras y de las instalaciones, hay comentarios acerca del sentido de estas, pero uno no acierta a dar con el juicio crítico. ¿Ser instagrameable antes de la aparición del Instagram constituye un vicio o una virtud? ¿El carácter circular de la muestra te convence o te decepciona? Es necesario arriesgarse un poco más, a la hora de emitir juicios de valor.